Erotismo de tinta y papel

ESTE ENSAYO SE PUBLICÓ EN LA REVISTA ETCÉTERA EN ENERO DE 2005

http://www.etcetera.com.mx/pag58ane51.asp 

Hace años, no muchos por cierto, existía un México aún más gazmoño que el actual donde editar una publicación con inofensivos desnudos parciales constituía un auténtico desafío. Era tal la represión gubernamental por esos días que publicar las inocentes imágenes de una modelo con los pechos al aire, aunque se tratara de revistas serias con predominancia de tópicos sociales y culturales, traía consigo el riesgo de ser considerado un pornógrafo. Pese a ello, durante las décadas de los 60 y 70 los magazines que combinaban desnudos con entrevistas y reportajes tuvieron su época de oro en nuestro país. La aparición, una década atrás, de la edición estadounidense de Playboy tuvo, sin duda, mucho que ver en este fenómeno donde, como el juego del gato y el ratón, las autoridades prohibían revistas y las editoriales se las ingeniaban para volver a salir. En este contexto, no faltaron los casos extremos donde hubo editores que se vieron obligados a andar a salto de mata, con todo y archivo fotográfico a cuestas, para evitar una posible detención. Teniendo como hilo conductor el desarrollo de Playboy en México, las siguientes líneas pretenden trazar el devenir de las principales revistas que por aquella época tuvieron que afrontar una férrea y absurda censura por parte de nuestras autoridades.

El génesis

Aunque muchos investigadores sitúan los inicios de las publicaciones eróticas años después de la revolución, Juan Manuel Aurrecochea y Armando Bartra sostienen que desde fines del siglo XIX se editaron en nuestro país revistas «masculinas» que combinaban la nota roja y el deporte con fotografías de mujeres desnudas (México Galante y Frivolidades). «(después de la revolución) En los años veinte el periodismo lascivo reaparece con rasgos más plebeyos y en los treinta se constituye en una de las líneas permanentes de la prensa popular (….) con la explícita Sexo, el semanario Vida Alegre (…) y en 1934 aparece el primer número de la revista Vea, que con sus dos épocas alimentará durante un cuarto de siglo la libido nacional».1 (Miguel Ángel Morales precisa que Vea, después de estar cinco años fuera del mercado ­1940-1944­ reaparece, con otros editores, el 12 de enero de 1945.2)

Sobre los contenidos de Vea, la revista, en color sepia, reproducía material gráfico tanto de fotógrafos extranjeros como mexicanos, publicaba poemas y crónicas de la vida nocturna, así como relatos eróticos, un folletín rosa por entregas, secciones de toros y lucha libre, así como un consultorio con preguntas sobre sexualidad. Como es lógico, durante su existencia Vea sufre en numerosas ocasiones acosos moralizadores. De hecho, ante estas presiones durante un corto periodo (1945) deja de publicar desnudos, y las modelos comienzan a exhibirse sólo en traje de baño. No obstante el peor embate tiene lugar el 27 de marzo de 1955 cuando grupos de derecha realizan una «quema» de revistas «obscenas» en pleno Zócalo de la ciudad de México. Tal acción ­»maniobra fascista», la llama atinadamente el periodista cultural Huberto Batis, quien asegura que «las revistas pornos de aquella época son más ingenuas que Heidi»­ está precedida de una campaña en los medios donde se sostenía que los editores de las revistas galantes «revelaban una franca peligrosidad social». Pronto, la iglesia católica se suma a la campaña moralizadora. Vea desaparecería pocos años después.

Del zorro al conejito

A pesar de tratarse de una publicación emblemática, Vea no es la mayor influencia de las publicaciones eróticas nacionales surgidas a partir de los 60. La impronta más señalada vendría de Chicago, de la revista fundada dos años antes de la gran quema del Zócalo (1953) por Hugh Hefner, quien comenzó con la fórmula de mezclar contenidos eróticos con material periodístico generalmente de buen nivel en el cual se tocaban diversos tópicos. Se trata de una visión diferente de abordar la sexualidad, por lo cual el éxito pronto llega. Adicionalmente, la imagen de Marilyn Monroe desnuda en una de sus primeras portadas es uno de los factores que posibilitó su buena acogida y su posterior posicionamiento en el mercado. En 1966, en medio del incremento de las campañas moralizadoras, nace Caballero, la que quizá sea la primera revista mexicana en copiar la fórmula Playboy. Propiedad de Raymundo Ampudia, esta publicación, que se identifica por tener como emblema un zorro, está dirigida en su primera época por James R. Fortson, un periodista que durante los 60 y 70 estuvo involucrado en al menos tres proyectos editoriales con similares características: asuntos polémicos y de interés que abarcan lo mismo la política, los fenómenos sociales, la cultura y los espectáculos; buenas plumas en el renglón de opinión, y bellas mujeres semidesnudas. El modelo Playboy pero adaptado a un contexto nacional. Pronto, Fortson comienza a sentir los embates de la censura diazordacista. En 1967 una campaña de las autoridades «por denuncias de padres de familia» afectaría a revistas como Caballero, Latin Señoritas (de Vicente Ortega Colunga, creador de Yo, su revista, de la cual hablaremos más adelante), así como a la edición estadounidense de Playboy. De esta forma, Caballero es obligada a salir del mercado. No obstante, producto de la tenacidad, en 1968 reaparece con Fortson nuevamente al frente. Sin embargo, éste sólo la dirige hasta 1969, pues a finales de ese año se encarga de la dirección de un proyecto novedoso para el entorno nacional: Dos: El y Ella, publicado por la Corporación Editorial, propiedad de Javier Ortiz Carmolinga. Con el lema «una revista de biblioteca», quizá para despistar a la censura imperante, esta publicación sigue el modelo de las estadounidenses Playboy y Playgirl, pero decide integrarlas en una sola revista. El éxito es tal que los editores, engolosinados, resuelven, en 1971, editar dos magazines. Ella es un rotundo fracaso y desaparece a los pocos meses, El (bautizada por sus editores como «la revista joven» y cuyo emblema es una pantera negra) sobrevive hasta comienzos de los 80, sin embargo luego de que Fortson sale en 1972 se caracterizaría por los altibajos y la mediocridad. Tendría, cierto, el modelo Playboy como base pero en su versión más frívola y ligera. Autos, moda y rock and roll son la base de sus contenidos. A finales de los 70, ante las pocas ventas, comienza a publicar imágenes de actrices mexicanas. No es suficiente, sin embargo, y la revista desaparece sin pena ni gloria.

 

Un caso similar sucede con Caballero. Esta publicación, ya sin la mano de Fortson, navegaría en la mediocridad hasta que a finales de los 70 es vendida a Javier Sánchez Campuzano, uno de los concesionarios más importantes de la radio en México (de hecho, Karen Sánchez Abbot, su hija, preside actualmente la Asociación de Radiodifusores del Valle de México). De inmediato, el empresario inicia negociaciones con Hefner para convertir a Caballero en la edición mexicana de Playboy (estas negociaciones coinciden, por cierto, con una crisis temporal que debido al fortalecimiento de la competencia afecta a la matriz). El convenio llega a buen puerto, empero Sánchez Campuzano, como veremos líneas adelante, no puede utilizar el nombre de Playboy y a Caballero se le agrega el subtítulo de «con lo mejor de Playboy«.

Efímera impudicia

Eros, «Tuyo es el mundo», es el último proyecto editorial de Fortson. Es también el más polémico, el más arriesgado y el más efímero. Esta revista nace bajo el cobijo de Guillermo Mendizábal Lizalde, dueño de la emblemática Editorial Posada. En el editorial del primer número, correspondiente a julio de 1975, Fortson afirma que «Eros nace hoy (….) para él y para ella (…) Consecuencia de su tiempo y geografía ­momento y lugar donde finalmente se han dado libertades de pensamiento y expresión largamente esperadas­».3 El lenguaje lisonjero con el régimen de Echeverría no surte efecto. Apenas se habían editado dos números y ya la Comisión Calificadora de Publicaciones dictaba su veredicto: le negaba a Eros la licitud de contenido por «estimular la excitación de la sensualidad, incitar a los placeres carnales, ofender a la corrección del idioma, lesionar al pudor, abusar de las libertades constitucionales y propiciar una mayor corrupción entre los miembros de la sociedad».4

Sin duda, los temas tratados en la revista (homosexualismo, sexo anal y grupal) y las imágenes de parejas desnudas (idea y fotos de Maritza López) tuvieron que ver en la orientación del dictamen. Pero también influyó el hecho de que en Eros escribieran algunos críticos del sistema como Heberto Castillo y Renato Leduc. En el número 10, el último de la primera época, el ex líder del 68 arremete por igual contra el régimen y los intelectuales echeverristas («México está mucho peor económicamente que hace cuatro años (…) ¿Por qué entonces el cambio de actitud de Carlos Fuentes y de otros intelectuales con respecto al gobierno»).5 Meses después, en agosto de 1976, Mendizábal trató de revivir el proyecto con un nuevo subtítulo. Eros, «Arte y cultura contemporáneos», ya sin la dirección de Fortson, sólo duró un número.

Subtítulos ante la cerrazón

Cuando Javier Sánchez Campuzano, el nuevo dueño de Caballero, obtuvo los derechos para editar la versión mexicana de Playboy, a finales de los 70, se quedó petrificado, pues las autoridades no le permitieron utilizar ese nombre. El empresario no tuvo más remedio que agregar un subtítulo que los acompañaría por varios años: «con lo mejor de Playboy«. Perla Carreto, editora de Playboy México desde 1986 a 1993 (y de hecho, la primera mujer en hacerlo a nivel mundial) recuerda que «Gobernación no permitió a los editores utilizar el nombre de Playboy porque para ellos sonaba muy fuerte». A los editores no les quedó más remedio que continuar como Caballero y más tarde como Signore (1981), pues a alguien se le ocurrió que sonaría más sofisticado. «Sin embargo, continúa Carreto, en 1984 volvimos a hacer el trámite y las autoridades nos permitieron utilizar el nombre. Fue entonces cuando lanzamos a Elizabeth Aguilar como la primera playmate mexicana». Poco duró el gusto, pues a los pocos meses Gobernación se retracta y Signore regresa a los kioskos una vez más. Para Carreto todo se debió a que a partir del número de Aguilar se comenzaron a publicar desnudos integrales. La exhibición de vello púbico, que poco después se volvería parte de lo cotidiano en la hemerografía galante, espantó aquella ocasión a unas autoridades que hasta 1990 autorizarían oficialmente en México a la célebre publicación.De esas negociaciones de estira y afloja entre la revista y la posible modelo; de esas sesiones de dos o tres días, donde se obtienen entre 600 y 800 imágenes, han surgido infinidad de anécdotas como cuando Lorena Herrera posó para el número de Signore de diciembre de 1987 bajo el nombre de Bárbara Ferrat. Lorena, recuerda Carreto, incluso asistió a Hong Kong con el equipo de la revista para participar en Miss Playboy Internacional. Sin embargo, años después dijo que quien aparecía desnuda en las imágenes era su hermana e incluso amenazó con demandar a quien no aceptara su versión (ese número se cotiza en Internet hasta en mil pesos). O esas ediciones que rompieron marcas, como la de Alejandra Guzmán, «sesión muy difícil, problemática por el carácter de la cantante» que entre reimpresiones llegó a 300 mil ejemplares, cuando el tiraje promedio andaba entre los 60 mil y 80 mil. O la de su sobrina Stephanie Salas que sobrepasó los 200 mil. De esta última sesión, Arcelia González, editora de Playboy México de 1994 a 1997, recuerda que la actriz aceptó el ofrecimiento de Playboy «siempre y cuando las imágenes fueran a su modo: unas en la calle, otras en su casa, con las axilas sin rasurar (así lo estableció en su contrato), quería ser la antitesis de la clásica playmate… Hay anécdotas muy sabrosas como cuando durante la sesión en el Ángel el bolero de la esquina nos echaba aguas, porque obviamente corríamos el riesgo de que llegara una patrulla y nos remitieran a la delegación». Las ediciones con Elizabeth Aguilar, la primera playmate mexicana, y Yuri, antes de convertirse al puritanismo, también sobrepasaron los 200 mil ejemplares. Perla Carreto señala que no siempre las sesiones eran divertidas. Al respecto, recuerda el caso de María del Sol (1988). «Fuimos a Chicago, la maquillaron, la peinaron, la metieron al estudio… terminamos la sesión ese día, nos fuimos al hotel, en el camino iba callada, no decía nada, pero entrando al cuarto se soltó llore y llore. Ya más calmada, me dijo que su entonces esposo (con quien se hizo el contrato) no le explicó que sería una sesión de desnudo. De hecho, la vi tan angustiada que frente a ella rompí varias fotos en topless para que estuviera segura de que no se publicarían». Es también por aquella época cuando por políticas de Playboy internacional no aceptaban mujeres como editoras, Carreto cuenta que se trató de un reto muy interesante, pero muy difícil, pues debido a las resistencias aparecía en el directorio como directora de producto. De hecho, cuando acudía a las convenciones internacionales, aunque todos los asistentes supieran que era la editora, ella se presentaba con otro cargo. Fue Arcelia González, ya bien entrados los 90, quien oficialmente se convirtió en la primera editora. Sobre el fin de esa larga época, que sin interrupción comenzó en 1966 con Caballero y terminó en 1997 con Playboy, González asegura que la revista desapareció pues los editores (Grupo Siete) comenzaron a inclinarse por la radio, un medio mucho más rentable «en un entorno en que, además, la industria editorial no se encontraba en sus mejores momentos». Sobre esto el escritor Andrés de Luna sostiene que «Playboy tuvo una aceptación relativamente buena al principio, pero ya para mediados de los 90 entró en una debacle administrativa tremenda a tal punto que materialmente no nos pagaban a los colaboradores». Poco después desapareció.

 

Una crisis similar a la que acontece en la edición actual de Playboy México (editada por el grupo Sayrols, su primer número llegó a los kioskos en noviembre de 2002), donde los problemas de liquidez han sido la constante en estos escasos dos años de vida (ver etcétera, septiembre, 2004). Sólo dos o tres números han resultado un éxito de ventas (la Mapacha, Margarita Gralia…), y no se trata sólo de la falta de modelos que jalen, sino de la propuesta editorial en sí. En este sentido, De Luna califica a la actual edición mexicana de Playboy «de desfasada», pues «sus reportajes gráficos a las divas mexicanas son bastante malos, con el uso de velitos, de espuma, de toda una parafernalia que ya debería haber pasado de moda pero sigue persistiendo». En tanto, Perla Carreto, quien asegura que ella nunca hubiera incluido a la Mapacha en una edición de Playboy, dice que con tal de obtener dinero, la revista se desprestigia, ya no es lo que era antes, se ha perdido el encanto».

El gato y el ratón

Yo, su revista, Su revista yo, Su otro yo, Su otro yo presenta Diva… Al igual que Caballero, esta publicación fundada por Vicente Ortega Colunga en 1973 sufrió los embates de la censura por lo que se vio obligada a cambiar de nombre en varias ocasiones. Roberto Diego Ortega, hijo del fundador y quien se hizo cargo de la revista a partir de la aparición de Diva en 1986 (donde tenía como jefe de redacción a José Luis Martínez S.) recuerda que «había una presión constante de la Comisión Calificadora, estabamos bajo la lupa de este órgano. Además, cada dos o tres años había purgas, venían los embates y cerraban o prohibían la circulación de las revistas, lo que obligaba a éstas a cambiar de título. Era una especie de juego del gato y el ratón donde las publicaciones siempre estaban chantajeadas. Recurríamos a triquiñuelas que hoy parecen graciosas». Al respecto, Andrés de Luna, durante una época jefe de redacción de Su otro yo, rememora que «en los años 70 y 80 se vivía una etapa de una censura atroz, no se podían presentar desnudos integrales, había que censurarlos, se trabajaba con mucho material extranjero, pero evidentemente retocado, con unos retoques horrendos… eso hacía que la calidad fuera muy deficiente… a veces se equilibraba con los trabajos periodísticos (textos de gente como Leduc y Monsiváis, cuentos de García Márquez y Cortázar, crónicas de viaje), pero en términos visuales era muy precaria. Sin embargo, de ahí surgieron muchas de las vedettes que luego hicieron el cine de ficheras. Se trató, sin embargo, de una etapa rupestre del desnudo mexicano». En entrevista con la revista Cuartoscuro, Paulina Lavista recuerda que cuando Ortega Colunga la invitó a participar «la petición me sorprendió, pues las portadas de sus publicaciones eran horrorosas, con unas modelos parando la trompita. ¿Cómo iba a involucrarme en tal cosa? Para eso la llamo, aclaró él, quiero algo distinto».6 De Luna reconoce que «con Paulina mejoró el aspecto visual porque ella tenía muchas ideas en torno a lo que podía ser el desnudo, trabajó con cierta imaginación con todas estas mujeres, con Isela Vega, con Angélica Chaín».

 

Por su parte, Roberto Diego acepta que al no existir el Photoshop y sí una férrea censura eso obligaba a los editores a hacer retoques «que se ven rudimentarios como las mismas técnicas de la época». Sin embargo, habla también de lo que considera el aporte principal de Su otro yo: «El motivo fundamental que sostuvo a la publicación durante casi 15 años es que, a diferencia de las otras revistas que existían en el mercado, este mensuario brindó como oferta principal imágenes de mujeres mexicanas, de toda esa generación de vedettes y actrices de los 70, 80. Tuvimos una visión más nacional del erotismo y del periodismo. Eso fue lo que le dio su identidad». La fórmula erotismo-cultura funcionó hasta 1987, cuando la grave crisis económica que se reflejó en una galopante inflación de más de 100% dio al traste con el proyecto.

Si no es la censura…

Una publicación que también logró desnudar a numerosas mexicanas fue la edición nacional de Interviú, el famoso magazine de origen español (el primer número está fechado en la semana del 29 de marzo al 4 de abril de 1978). Haciendo gala de recursos económicos, sus editores publican, durante la corta existencia del semanario, imágenes exclusivas de cuanta estrella se encontraba en el candelero por aquellos años: Arlette Pacheco, Blanca Guerra, Ana de Sade, Maritza Olivares, Alma Muriel… y aun Silvia Pinal, quien se desnuda por primera vez para una revista de este tipo. Respecto de los materiales periodísticos la revista no desentona, pues, en ocasiones, los reportajes y las entrevistas son de muy buen nivel, e incluso el tono es mucho menos amarillista que en la edición ibérica. La clave se encuentra en un equipo de redacción encabezado por Pedro Álvarez del Villar y con integrantes como Ignacio Ramírez, Miguel Reyes Razo, Patricia Berumen y Rafael Cardona. La plumas son de primera: Juan José Arreola, Ricardo Garibay, Gastón García Cantú y Renato Leduc, entre otros. A diferencia de otras publicaciones, en este caso no es la censura la que pone punto final a Interviú, sino un conflicto laboral es el que sella el destino de esta revista. A poco más de un año de haber aparecido, los trabajadores se declaran en huelga en demanda de aumento salarial. La empresa editora (Zetamex Editores) no resuelve la petición y los empleados comienzan a publicar la revista con el nada atractivo título de Los trabajadores de Interviú en lucha. Aunque conservan a algunos colaboradores valiosos como Renato Leduc y mantienen leídas secciones como «Las mexicanas sin sostén», en general la calidad de los textos, así como la impresión descienden de nivel. Luego de unos pocos números, el autollamado «órgano del Comité de Huelga de los Trabajadores de Interviú, para proveer a su subsistencia» desaparece de la escena a mediados de 1979. También de finales de los 70 es Bravo, la revista editada por René Eclaire, todo un peculiar personaje que participaba como «actor» en la fotonovela erótica Locos por el sexo, también de su propiedad. Más en deuda con el Hustler, de Larry Flynt, que con Playboy en Bravo predomina el material gráfico nacional, mayoritariamente de vedettes que por aquellos años se rifaban el físico en los antros de moda: Okinawa, Alma Almeida, Selenne y María de la Fuente… las cuales son fotografiadas en lúbricas poses. «Se trataba, dice Andrés de Luna, de modelos muy lejos de la estética de Playboy, como más mexicana, más tosca». La Comisión Calificadora de Publicaciones tacha a Eclaire de «pornógrafo» y prohibe la circulación de Bravo. Más tarde, ya en los 80 edita Bronco, Mr 2001 y Adán, publicaciones que también tuvieron problemas con Gobernación. Incluso hubo ocasiones en que las autoridades aduanales decomisaron todo el tiraje de Bronco, que Eclaire hacia en Estados Unidos. Éste había emigrado a ese país pues «andaba a salto de mata, temeroso de que lo aprehendieran los judiciales».7

El apocalipsis

Lejos han quedado los días cuando hacer una revista de desnudos entrañaba el riesgo de ser considerado un pornógrafo, «un elemento nocivo para la sociedad». Hoy, el mercado nacional toca los extremos: por un lado, una avalancha de asépticas revistas que presentan a las estrellitas del momento en «atrevidos» bikinis, y detrás de las cuales se nota, en ocasiones, la mano de las televisoras (Maxims, H, M…); del otro, el alud abrumador ­en títulos, en tirajes­ de porno duro presentado en vulgares ediciones donde no se cuida el material gráfico ni mucho menos el texto; enmedio, revistas como Playboy y Penthouse languidecen ante la carencia de propuestas imaginativas, esto es, ya no ofrecen novedad y, sólo subsisten mientras alguna otra celebridad nacional decide dejar atrás la santurronería y resuelve despojarse de su ropa, lo que servirá para resarcir temporalmente las finanzas y no perecer antes de tiempo. Al respecto, Roberto Diego Ortega hace una aseveración tajante: «Internet y la falta de propuestas editoriales novedosas tiene al género de las revistas de desnudos en una crisis gravísima, prácticamente en la ruina. En su momento estas revistas representaron una liberación de los medios y de la expresión, pero, hay que reconocer, que el ciclo de estas publicaciones ha pasado ya». Para Andrés de Luna, en tanto, el panorama actual es lamentable. Nos encontramos entre el porno duro más guarro y revistas como Maxims «totalmente castradas, les falta la frescura de aquellos trabajos que se hacían con miles de dificultades. No están mal hechas, es un periodismo que pudiera funcionar, pero lo principal, la parte más llamativa, más erótica, está perdida en ese tipo de revistas . Son demasiado homogéneas, demasiado planas. Les falta la mácula, algo que las manche, algo que les dé vida».


Notas

1 Juan Manuel Aurrecochea y Armando Bartra, Puros cuentos. Historia de la historieta en México 1934-1950, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Grijalbo, México, 1993, pp. 33-37.

 2 Miguel Ángel Morales, «Lujuria de papel I», en Sábado 881, suplemento cultural de unomásuno, 22 de enero de 1994, p. 13.

3 Citado por Miguel Ángel Morales, «Addenda», en Sábado 844, suplemento cultural de unomásuno, 4 de diciembre de 1993, p. 13.

4 Ibidem.

5 Citado por Miguel Ángel Morales, «Eros V y último», en Sábado 835, suplemento cultural de unomásuno, 2 de octubre de 1993, p. 13.

6 Yanireth Israde, «La foto es como un ideograma chino», en Cuartoscuro, núm. 59, abril-mayo, 2003, p. 26.

7 Miguel Ángel Morales, «El Bravo de Eclaire I», en Sábado 837, suplemento cultural de unomásuno, 16 de octubre de 1993, p. 13.

   

2 respuestas to “Erotismo de tinta y papel”

  1. Federico Castillo Cervantes Says:

    Es un ensayo estupendo, gracias por compartirlo, felicidades.

  2. CARLOS DAVILA MONSIVAIS Says:

    SALUDOS PERLA. CARLOS DÁVILA MONSIVÁIS

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